ESTRATEGIAS PARA ARGUMENTAR UNA IDEA
ESTRATEGIAS
PARA ARGUMENTAR UNA IDEA
Argumentar, es decir, defender de manera más o menos convincente unas creencias u opiniones es, ciertamente, algo común en la interacción social.
En todo tipo de contextos y ámbitos, como los medios de comunicación, los foros científicos, las charlas con los amigos o, incluso, los discursos parlamentarios, es frecuente que se generen debates en los que se dan y piden razones para defender una acción concreta o una postura determinada.
Es por ello que es tan
importante saber cómo argumentar correctamente porque, además de ser una acción
cotidiana, es necesario saber cómo explicar el punto de vista propio en
infinidad de situaciones, en las cuales, de lograr convencer a los demás, puede
implicarnos beneficios.
La importancia
de saber argumentar
Argumentar es una acción muy común en la vida en sociedad. Este tipo de acción adquiere un papel muy importante a la hora de relacionarse con otras personas, dado que, se podría decir, que cada vez que se habla con alguien, en algún momento u otro de la conversación se dirá algo cuyo objetivo no es el de meramente informar, sino también el de hacer que la otra persona coincida con lo dicho.
Por ejemplo, estando en la calle con los amigos, puede surgir la duda de cuál es el mejor restaurante para ir a cenar. Aunque esta situación se pueda considerar banal, aquel miembro del grupo que sepa explicar mejor por qué se debe ir a su restaurante favorito puede ejercer no solamente la capacidad de influir en las decisiones del resto de colegas, sino también adquiere un rol de cierta dominancia sobre ellos.
Saber argumentar
bien se vuelve extremadamente necesario cuando se habla del mundo laboral y el
entorno académico. Decir que cada vez son más las empresas y universidades que
valoran como requisito saber argumentar es mentir, porque prácticamente desde
siempre ha sido tomada como competencia necesaria tanto en lo laboral como en
lo académico.
Por ejemplo, un
alumno que realiza una investigación, pero no sabe defenderla convenientemente
en su trabajo de final de grado corre el riesgo de sacar una mala calificación.
Por el otro lado, el vendedor de coches que no sabe cómo convencer al cliente
de que se compre el último coche sacado al mercado se arriesga a perder su
puesto de trabajo.
Pero saber
argumentar no se limita únicamente a saber decir lo que se opina de un tema en
concreto o ejercer algún tipo de influencia sobre a quién se dirige. No es una
tarea meramente oral o escrita. Una persona que sabe argumentar bien no
solamente es un buen comunicador. También es aquel que tiene en cuenta el
contexto en el que se da la acción comunicativa, piensa en el nivel y
sentimientos del público con el que habla, empatizando en mayor o menor medida
con él. También tiene en cuenta las conductas de las demás personas, sean o no
adversarios en el debate, sabiendo si se muestran conformes o disconformes con
lo que se ha dicho.
Consejos para
argumentar correctamente
Una vez comprendida
la importancia de saber argumentar bien, veamos algunas pautas que sirven para
hacer que la acción argumentativa sea satisfactoria.
1. Prepararse
bien
La capacidad de
saber argumentar se puede mejorar mediante la práctica, pero, para ello, es
muy necesario el documentarse en profundidad sobre el tema del que se quiere
hablar.
Sea cual sea la opinión al respecto de la temática del debate, no tiene mucho sentido defenderla sin antes haber visto los hechos relacionados.
Hoy en día mucha
gente opina sin saber de lo que habla y, aunque convencidos de que tienen
razón, en el momento en el que intentan argumentar sus creencias lo único que
llegan a hacer es el ridículo al demostrar su completa ignorancia sobre el
tema.
Evitar este error
es tan sencillo como acudir a fuentes fiables de información que, mediante
datos objetivos, la opinión de expertos y conocimiento científico del tema, nos
permitirán hacer más sólida nuestra postura.
2. Presentar el
argumento
Comenzar con una explicación en la que se presente lo que se va argumentar es una muy buena forma de empezar el debate o discurso.
En esta
introducción se incluirá la premisa o tesis, permitiendo al público hacerse una
idea general de lo que se va a hablar y de la postura que se va a defender.
En esencia, en esta
introducción se hace un resumen de lo que se ha conocido a través de la
investigación propia que se ha llevado a cabo.
3. Presentar las pruebas de mayor a menor solidez
Una buena
estrategia para defender el punto de vista propio es el de mostrar los datos en
función de su grado de solidez, prefiriendo ir de más a menos.
Primero, se empieza
con la prueba más convincente, con la intención de generar ya desde un
principio el apoyo a nuestra postura del público.
Progresivamente, se
van presentando aquellos aspectos más débiles de nuestro punto de vista, aunque
esto ya no sea de gran importancia para el público, dado que ya se ha logrado
hacer que se nos apoye.
4. Decidir el
tipo de razonamiento empleado
Es muy importante
que, en el camino que se recorre para llegar a la conclusión final durante el
debate, se elija la forma en el que se defenderá racionalmente el punto de
vista propio.
Se puede optar por el razonamiento deductivo, el cual parte de generalizaciones para llegar a una conclusión específica. Usando este tipo de razonamiento, si las premisas de las que se parte son verdaderas, entonces la conclusión también tendría que serlo. Por ejemplo:
‘Todas las plantas
necesitan agua. Los ficus son plantas. Los ficus necesitan agua.’
Por el otro lado,
también se puede hacer uso del razonamiento inductivo, con el cual se empieza
con los aspectos más específicos, llegándose a una conclusión más general
posteriormente. Por ejemplo:
‘María comió
chocolate y le sintió mal. Paula comió chocolate y le sintió mal. Entonces, el
chocolate te hará sentir mal.’
En el pensamiento
inductivo, si las premisas son verdaderas, la conclusión puede ser o no
verdadera. Este tipo de razonamiento se utiliza en aquellos casos en los que se
requiere hacer predicciones más que argumentaciones.
5. No repetirse más de lo necesario
No se argumenta
mejor por repetir una y otra vez lo mismo, ni tampoco por extenderlo con un
chorro de palabras que lo único que consigue es marear al público.
Si el discurso o
manifiesto es excesivamente largo, aumentan las posibilidades de cometer
errores y aburrir.
6. Esforzarse
por comprender al adversario
En caso de que se
esté en un debate oral o cualquier otro tipo de situación de este tipo, se debe
hacer un esfuerzo por tratar de comprender la postura rival.
Esto no quiere decir que se deba apoyar la postura del otro, claro está, pero sí que se debe tratar de ver los puntos que han explicado y en base a qué fuentes se amparan.
Una vez comprendido
el punto de vista ajeno, es más fácil defender con mejor éxito la postura
propia, sobre todo porque se evita los malentendidos y el argumentar sobre
aspectos que realmente el otro bando no ha dicho.
Es muy frecuente en
los debates que ocurran situaciones en las que, mientras una persona hace una
crítica sobre lo explicado por el adversario, éste adversario salte diciendo
algo como ‘yo no he dicho esto’ y, finalmente, resulte que evidentemente no
había dicho tal cosa, lo cual implica que toda la crítica realizada se
desmorone como un castillo de naipes.
7. Dejar hablar
y admitir errores
Especialmente en
debates orales, es muy importante dejar que el otro bando se explique, sin
interrumpirle mientras lo hace.
También, es muy importante que, en caso de que otro bando haya dicho una verdad demostrable y sólida, se acepte.
El negar los
hechos, además de ser sinónimo de mentir, puede percibirse como tozudez y puede
perjudicar más que beneficiar a la postura propia, dado que puede hacer que el
público, al ver que uno de los datos que hemos expuesto es falso, el resto
también corre el riesgo de serlo y nos podríamos estar negando a ello.
Negar los hechos
cuando se ha visto que son lo que son se puede percibir como tozudez y no
aceptar la realidad. Esto perjudica la postura propia, dado que puede dar a
entender que el resto de datos que hemos obtenido o podrían ser falsos o no
hemos sabido ver cómo eran realmente.
Para colmo, la
discusión puede llegar a un punto en el que se hace difícil o imposible el proseguirla,
habiendo un bando que ha dicho un dato cierto mientras que el otro se niega a
creerlo.
8. El sentido de
humor en su justa medida
Puede parecer una obviedad, pero, aunque el humor puede ser una buena herramienta argumentativa, se debe saber utilizarlo en el momento adecuado.
Las bromas,
especialmente en un contexto distendido y cuando se habla de algo cotidiano,
están bien. No lo están tanto cuando se habla de temas más serios como el
cambio climático, el feminismo,
los presos políticos o un genocidio.
Para saber si
realmente es apropiado hacer una broma sobre la temática de la que se está
hablando, es tan sencillo como tener un mínimo de empatía y ponerse en el lugar
de la persona a la que va dirigida o con la que se hace el humor.
9. Evitar
falacias ad hominem
Consiste
básicamente en criticar al adversario por su forma de ser más que por sus
argumentos o datos que haya expuesto.
Hacer una crítica a
la persona en función de su sexo, raza, orientación sexual, apariencia, entre
otros, en vez de darle solidez a los argumentos propios, contribuirá a que el
público nos vea como malos perdedores o personas que no sabemos mantener la
compostura.
10. Adaptar el
lenguaje al nivel del oponente
Si se ha hecho una profunda búsqueda de información sobre el tema a debatir, es muy probable que se conozcan términos especializados, grandes autores de referencia, entre otros muy útiles datos.
Sin embargo, no se debe bombardear a quien se le dirige la argumentación con un montón de palabras a fin de dar a conocer lo mucho que se sabe del tema.
Esto puede suponer
una serie de inconvenientes que, desde luego, no ayudan en el convencer a los
demás de nuestra postura.
Puede percibirse
que uno se refugia en el haber memorizado un montón de palabras sin saberlas
utilizar ni tampoco relacionarlas con el objetivo principal de la intervención,
que es el de argumentar la postura propia.
También puede darse
la sensación de que se está yendo por las ramas, alejándose del punto principal
del debate. Se puede hablar de asuntos relacionados con el tema principal del
debate, pero se debe tener en cuenta qué es el punto de referencia.
Por otro lado, y
para asegurarse de que el oponente nos entiende claramente, es adecuado adaptar
el lenguaje utilizado a su nivel. No en un acto paternalista, sino más bien con
la intención de que no malinterprete lo que le estamos diciendo o que se den
malentendidos.
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